EL CUENTO DE CAPERUCITA CONTADO POR EL LOBO
Hola amigos, hablando de cuentos, me he acordado de un ejercicio del curso pasado de guión, en el que teníamos que contar el cuento de caperucita como un monólogo protagonizado por uno de sus protagonistas. Yo elegí el lobo feroz para que nos diera su versión. He aquí el resultado. Espero que os guste ;-)
MONÓLOGO DEL LOBO FEROZ
Pues yo soy el lobo, señores. Y por culpa de la gente, que nos ha criminalizado a mí y a todos los compañeros del sector, me encuentro ahora en el cielo de los lobos. Sí, han oído bien, en el cielo, no en el infierno, pues no he sido tan malo como dicen por ahí. Aquí va mi versión de los hechos:
Estaba yo tan tranquilamente paseando por el bosque, cuando se me acerca una niña vestida de rojo y me ofrezco – con gran generosidad – a ayudarla.
- ¿A dónde vas, niña? – le pregunto,
- A casa de mi abuelita - me dice.
Entonces, digo yo, ¿para qué narices se para media hora y se pone a recoger margaritas? O sea, porque uno tiene un límite. Una cosa es que me esté rehabilitando y me contenga las ganas, pero caramba, no tientes a tu suerte. Que uno no es de piedra.
Total, que de milagro no me la comí allí mismo. Que ahora lo pienso, y debí haberlo hecho. Mejor me hubiera ido.
Yo sé que el cuento dice que me dirigí a la casa de la abuelita de la niña y que en el lugar de autos me zampé a la susodicha. Pues no es del todo así, oigan. Lo que pasa es que andaba yo buscando algo de comer (lo que es cada vez más difícil, porque el bosque, con la crisis está muy mal), y me encontré con la casita de la abuelita de los huevos. Total, que yo tenía pensado hacerme un guiso, pero me faltaba hierbabuena y como las abuelas estas tienen de todo, pues decidí preguntarle.
Y en qué momento. Va la vieja y nada más verme empieza a gritar. Y yo que sólo quería un pelín de hierbabuena… Pensarán ustedes que gritaba de miedo, de terror. Pues no, gritaba de indignación. Que cómo me atrevía a llamar a su puerta, a molestarle en su siesta, que si era un sinvergüenza, y otras cosas muy feas que no digo por no ofenderles. Y claro, pues ahí todos los animales mirando la escena, que si los conejos, que si las ardillas, los pájaros, las cotorras (que son muy cotorras). Y yo no podía dejar pasar esa afrenta. No, porque no, porque en el bosque todos nos conocemos. Yo me bajo hoy los pantalones ante una anciana y mañana el cachondeo está servido. Y es peligroso andarse con mojigangas en el bosque. Ustedes ya me entienden.
Así que me la zampé. Si señor. Y no me arrepiento. Que uno es lobo y no un hamster, que puñeta. Qué daño nos ha hecho Walt Disney. Pero en fin, eso no es lo peor. Hasta ahí, todo marchaba medianamente normal. Lo peor vino luego, cuando ya de perdidos al río, me decidí a esperar a la niña. Y es que es lo que tiene, que se pone uno a comer, y ya no para.
Y ahora viene una parte delicada de la historia. Me vestí con la ropa de la abuela y me metí en la cama. Sí, yo sé que esta parte siempre ha despertado suspicacias. Que si yo soy un travelo, que si quería montarme algo sado con el cazador. Pues no, fue una inocente idea. Porque claro, después del recibimiento de la abuela, imagínate que abro la puerta y le digo a la niña que me he comido a su abuela. Los gritos se oyen hasta en Nepal. Pero en qué momento, oigan. ¿Por qué no saldría de allí?. Que tarde más mala.
Total que llega la niña y tenemos una conversación surrealista:
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor – dije yo imitando la voz de la abuela
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oirte mejor
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
En este punto ya decidí que había llegado el momento de zanjar la conversación. Que no conducía a ninguna parte, por otro lado. Así que me abalancé sobre ella y me la comí. Pero no la hice mucho daño, eso es la pura verdad. No se cuenta eso nunca, pero ni a la abuela ni a la niña les hice daño. Simplemente, de un bocado, sin masticar siquiera…
Pero ¡Ay! Ellos si que me hicieron daño...
De entrada, me quedé un poco traspuesto, después de la comida. Y lo primero que veo cuando me despierto es a dos tipos rasgándome la tripa con un cuchillo. Eso duele. Y después, como si no fuera suficiente con eso, va el otro y le dice que me “van a castigar” ¡Que me van a castigar!. Tocate los cojones. O sea, como si abrirte en canal fuera una broma.
Y vaya, sí que me castigaron, sí. Se quedaron a gusto. Me llenaron el estómago de piedras y me tiraron en el río (no me bañé yo, eh, me tiraron, que conste).
Y después de todo esto, digo yo, ¿quién es aquí el “lobo feroz”?
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Ben McAllister -