Misteriosamente feliz. Joan Margarit
Joan Margarit presentó éste martes en la Casa de los Tiros de la calle Pavaneras, dentro del ciclo ‘Los martes de la Cuadra Dorada’, su nuevo libro, ‘Misteriosamente feliz’, en un encuentro profundo y emotivo con sus seguidores, entre los cuales estaba yo.
Lo que más me llamó la atención fue su voz. Era una voz de poeta, si tal cosa existe. De viejo poeta, de poeta cansado, de poeta vividor y vívido.
Habló de cosas interesantes, el último libro, el que nos presentaba, cierra una trilogía que va de la tristeza con Cálculo de Estructuras, al consuelo que brinda la poesía en Casa de misericordia y que renace en una alegría extraña, al cabo del todo en Misteriosamente feliz, y eso, porque como él bien dijo con humor no exento de melancolía; “Es un misterio que después de todo lo que nos ha tocado vivir seamos capaces de volver a sentir la felicidad”
En un momento dado se habló de las traducciones de sus poemas, que realiza él mismo del catalán al castellano. Me gustó su postura en este asunto, pues está lejos de los fundamentalismos y de las exageraciones. Mostró un gran sentido común y cuando alguien le preguntó entre el público con evidente mala intención si un poema es “traducible”, el respondió que los poemas “son como prismas, una traducción significa seleccionar que prismas se cogen y cuales se desechan, lo que está claro es que un buen poema será bueno al traducirse, mientras que uno malo no lo será nunca”
Leyó varios poemas de la trilogía antes mencionada y en especial de su Misteriosamente feliz, del cual he seleccionado para ponerlo aquí el último poema que cierra el libro:
El amor que no me asusta
Lejos de los amores feroces del origen,
y lejos del amor que, a modo de refugio,
la mente siempre inventa, el amor
que ahora me consuela es sin urgencias.
Cálido, respetuoso: amor de sol de invierno.
Amar es descubrir
una promesa de repetición
que tranquiliza.
Estos poemas hablan de esperar
porque el amor es siempre una cuestión
de las últimas páginas.
Ningún otro final podría estar
a la altura de tanta soledad.
Cuando terminó la presentación nos acercamos varios a que nos firmase el libro. En ese pequeño contacto me hubiera gustado decirle muchas cosas. Decirle que en multitud de ocasiones he sentido que sus poemas me hablaban a mí, que me he sentido protagonista de sus palabras, escuchándolas más que leyéndolas en mi mente por alguien que me acompañaba con su sabiduría y experiencia. Como no era el momento ni el lugar me limité a darle las gracias y estrecharle la mano. “Gracias a ti”, me contestó y me sonrió.
Jason
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Ben McAllister -