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CARPE DIEM

Las mil y una notas

A continuación mi último relato.  Espero que os guste...

Jason

LAS MIL Y UNA NOTAS

Todos los días él le dejaba una nota de amor en la recepción del hotel.  No la dejaba en su habitación, no porque no supiera cual era, o por vergüenza, sino por respeto.  En el hotel ya le conocían todos, era un hotel muy lujoso y caro, con mucho personal, con botones, con varios mozos que subían el equipaje, con un espacioso y lujoso hall de entrada y con varios recepcionistas que siempre tomaban con cariño las notas que el hombrecito escribía para la huésped del 311.

La que no tomaba con cariño las notas era la huésped del 311.  Siempre se burlaba de ellas en voz alta, y haciendo una mueca de fastidio, con gestos grandilocuentes para que quedase claro su postura, rompía en mil pedazos la nota y se marchaba con paso decidido del hotel.  Así cada mañana.

En un ritual que se repetía siempre, todos los días, el hombrecito (llamémosle así porque era bajito y con aspecto algo desaliñado), dejaba la nota para la huésped. Después se marchaba y la nota se quedaba cuidadosamente doblada esperando a que llegase la huésped, que por desgracia para la nota, significaba morir despedazada en mil pedazos.  Así un día tras otro.

Cuando digo un día tras otro, es un día tras otro, laborales, festivos, todos.

Las notas eran siempre diferentes, y había que reconocer que poseían cierto ingenio.  A veces eran ingenuas, del tipo de “me gustaría salir contigo, si quisieras ser mi amiga…” otras eran más arriesgadas como “esta mañana brilla especial y es porque me vas a leer”, a veces eran decididamente cursis, otras muy serias y sinceras, pero siempre románticas, siempre destilaban amor, un amor romántico y cortés por la huésped de la 311.

Un día, después de mil, sucedió algo extraordinario.  El hombrecito no apareció.  Todos en la recepción del lujoso hotel se preguntaban que podía haberle ocurrido.  Porque todos daban por hecho que algo grave tenía que haberle sucedido para que no cumpliese a su cita diaria con la nota doblada; tal era la costumbre ya instituida de verle.  Una chica que ayudaba en el vestidor del hotel comentó que quizás el hombrecito se había cansado simplemente de ir todos los días, dejar su nota y obtener la misma (mala) respuesta todos los días.  Todos concluyeron apesadumbrados que igual tenía razón, aunque en el fondo ninguno lo quería creer.  Les hacía ilusión ver al hombrecito todos los días en el hotel, con ese afán inquebrantable, con esa ilusión siempre intacta, con esa fe que en realidad no sabían de donde provenía pues la huésped de la 311 no había dado ni el menor indicio de tomarle en serio, antes al contrario, cualquiera pensaría que le odiaba.

Así sucedió que ese día cuando la huésped de la 311 pasó por recepción y no vio la habitual notita doblada esperándola, preguntó si es que hoy no le habían dejado nada.  Cuando el recepcionista le respondió un tanto apesadumbrado que no, ella le miró durante un largo momento y haciendo ademán de no darle importancia dio media vuelta y se fue, como siempre, rumbo a la salida.

Pero esta vez su paso le parecía menos firme, menos seguro.  No pudo evitar preguntarse  por lo que podía haber pasado. No daba crédito a lo que sentía: una cierta decepción por no tener su habitual nota del hombrecito, después, molesta por haber sentido esa debilidad se corrigió a sí misma diciendo:  “Bah, es igual.  Mañana aparecerá, o si no, es que ya se ha cansado de molestarme.  Ya era hora”

Pero interiormente, sentía que le faltaba algo aquel día.  Sentía que echaba de menos la nota, y por mucho que quisiera olvidar ese sentimiento, este volvía con más fuerza a su cabeza.

Al día siguiente, se levantó y mientras iba bajando en el ascensor su cabeza no paraba de preguntarse si habría nota o no.  Impaciente, llegó a la recepción buscando con mirada anhelante al recepcionista de guardia.

Ése día tampoco tenía nota.  Esta vez no pudo disimular -ni quiso- un profundo gesto de desilusión.  Caminó con paso resignado y lento hasta la salida, a enfrentarse a un nuevo día, en el que sin saber por qué, el sol brillaba mucho menos de lo habitual.

Cuando ya estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta principal, una voz conocida le inquirió desde el recibidor donde el hombrecito estaba sentado en un confortable sillón. Se volvió y la voz le llamó con un nombre que no había escuchado en años. Era su nombre de soltera.

"No te había dejado nota, porque yo también quería que me echases de menos.  No por mí, que no espero nada, ni nunca lo he esperado.  Sino por ti.  Quería que te dieras cuenta de lo que te importo.  Más de lo que te imaginabas, ¿verdad?. 

La huésped del 311 se quedó muda, sin saber que decir

"Tu crees que yo he tenido fe todos esos años, pero en realidad siempre supe que te importaba un poquito, sino, dime tú porque, todos los días lo primero que haces es mirar si tienes una nota mía, y si la tienes, la lees antes de romperla..." 

...ahora que sabes lo que te importo, es hora de que te pregunte:

¿Quiéres seguir siendo mi esposa otros mil días más?

1 comentario

Ben McAllister -

Un relato conmovedor, como siempre me quito el sombrero "Hermano de las ideas" Me has traído recuerdos de una recepción en un hotel lejano ya en el tiempo.